jueves, octubre 23, 2008

Instrucciones

1. Instrucciones para encontrar al perro ahogado en la pileta
Abrir la puerta de la casa girando la llave con sigilo. Acordarse de que aunque uno tendrá las instrucciones en mente, en ese momento no estará al tanto del tan devastador porvenir. Girar la manija lentamente, ésto le dará a la escena un suspenso y una emotividad particular. Caminar despreocupadamente hasta la alacena y recoger el alimento balanceado. Fijarse la fecha de vencimiento, sería una pena intoxicar al perro. Acercarse al patio y buscar el recipiente donde se le sirve la comida. Notar algo raro, una carencia, algo que está fuera de lugar. Levantar los brazos desesperadamente. Llevar las manos a los ojos. Gritar como un niño que ve un perro hinchado flotando en una pileta. Llevar las manos a los oídos para no escuchar. Grabar la escena por el resto de nuestros días. Si se puede, llorar. Importante, no intentar resucitaciones con electroshocks a lo Ben Stiller en “Loco por Mary”, todo intento será inútil. Es mucho más dramática la situación si el que muere es un caniche en una pelopincho.



2. Instrucciones para deprimirse
A continuación, se abordarán los pasos estratégicos a seguir para lograr una depresión. Para aquellos que estén en busca de un bajón pasajero, un período intimista, las instrucciones no le serán de mucha ayuda. Si en cambio, lo que se busca es una depresión mayor, seguir al pie de la letra, sin apartarse, las siguientes propuestas:
El primer paso a dar, para embarcarse en el proceso, es comprarse una bata y unas pantuflas. No quitárselas por nada del mundo. A continuación, para comenzar a despojarse de las inercias que impiden la caída, alejarse abrupta y definitivamente de todo tipo de amistad. Se recomienda borrar todos los contactos del celular, exceptuando los pertenecientes a los compañeros de trabajo. Rechazar indefectiblemente todo tipo de propuesta que implique abandonar el hogar. Mantenerse estoico en esta posición, el hecho se salir puede interferir enormemente con el proceso. Pasar las tardes acostado viendo la telenovela en la que el protagonista es cuadripléjico y sólo mueve el anular de la mano derecha, por las noches mirar fútbol por televisión. La terapia requiere además el escaso cambio de la vestimenta, que la ropa sea parte de la piel. Para finalizar, engancharse con un amor imposible y llorar todas las noches por esta desazón. Si después de seguir estos pasos, uno no se siente como un excremento de larva, es porque aún hay algo que lo mantiene con ganas de vivir. De todas formas, reiniciar la secuencia. Por las dudas.



3. Mi mejor amigo imaginario
Hasta los ocho años de edad tuve un amigo imaginario. Lo conocí el primer día de clases en salita de cuatro, y desde ese momento hasta que se fue de viaje fuimos amigos inseparables. Yo recuerdo vagamente ese día, me acuerdo que fui el último de la salita en entrar, que justo sobraba un lugar a su lado, que me senté y que mis papás me despidieron desde la puerta. Recuerdo que él me preguntó cómo me llamaba y que yo le contesté mientras me tapaba la cara con una mano, porque el reflejo del sol era muy intenso. Él me dijo que se llamaba Peter sin que yo le preguntara.
Los días pasaron y con el tiempo nos fuimos haciendo más amigos, hasta que un día nos dimos cuenta de que éramos mejores amigos. Jugábamos juntos en la salita, cuando íbamos al arenero y un par de veces vino a casa y jugamos a tirarnos naranjas. Yo notaba que algo raro pasaba, en el jardín las maestras me miraban todo el tiempo y un día citaron a mi mamá para hablar de algunos asuntos.
Pasó salita de cuatro y vino salita de cinco y ahí se afianzó nuestra amistad. Ya no dejábamos que nadie jugara con nosotros. Cuando alguien se nos acercaba, nos íbamos a jugar a otro lado. Después vino el fin del jardín, y con él, nuestra primera despedida. Parece que el padre lo quería mandar a una escuela más importante, y aunque él le suplicó que prefería quedarse en mi escuela, el padre no quiso saber nada. Así pasé parte de los peores meses de mi vida, aunque mis padres lo veían como una insipiente mejoría.
Antes de mitad de año Peter volvió a mi escuela. Decía que su papá no había podido soportar la cuota del nuevo colegio, que parece era bastante caro. Así fue como volvimos a nuestras andanzas, íbamos abrazados por la escuela en todos los recreos, y aunque la maestra nos sentó en diferentes bancos, yo me paraba para mostrarle mi cuaderno y él me mostraba el suyo. Como antes de su partida, no le dábamos importancia a los demás compañeritos del grado, éramos mejores amigos y punto. Mis padres empezaron a preocuparse por mis actitudes y amagaron con mandarme al psicólogo varias veces.
En segundo grado, ya no hacía nada si no era con Peter, por lo que para mitad de año, el hecho de que yo necesitaba visitar un psicoanalista era evidente. Fue así como mis padres decidieron que empezara una terapia. La terapia en sí me parecía un embole, me hacían preguntas pelotudas, me hacían jugar con animales, dibujar a mi familia y varias veces me preguntaron sobre Peter. Yo al principio no contaba nada, porque Peter me dijo que no me convenía, pero con el transcurso de las sesiones me fui haciendo un poco amigo de la terapeuta, y en una ocasión le conté sobre mi amigo. Con el tiempo acepté que Peter no era real y me fui haciendo amigo de mis compañeritos del grado. Para mitad de tercer grado, la psicóloga charló con mis padres y decidió que Peter debía irse a vivir al exterior, eligieron como destino Israel. El día anterior a su partida nos vimos en mi casa e hicimos un pacto de sangre por nuestra amistad, yo me puse a llorar y tardé mucho tiempo en recuperarme. De Peter no supe más nada, nunca más lo volví a ver.

Resulta que la semana pasada, mientras chateaba por MSN, me apareció de repente una ventana solicitándome que aceptara a un nuevo contacto. Cuando leí quién era, al principio me asusté mucho. Era Peter, mi amigo imaginario de la infancia. Yo dudé mucho, no sabía qué hacer, no podía ser una broma porque nadie sabe la historia de mi amigo imaginario salvo mis padres. Pero descarté esta posibilidad, porque no creí que ellos tuvieran la astucia como para hacer ese chiste tan gracioso. Dejé pasar unos días, hasta que finalmente lo acepté.
A los pocos días coincidimos los dos en MSN, yo me di cuenta de que estaba conectado pero no me animé a hablarle. A los pocos minutos de conectado, me apareció una venta en la que Peter me preguntaba en qué andaba, cómo me iba y cómo andaba mi familia. Yo le contesté todas sus preguntas y nos quedamos charlando un rato largo. Para el final de la conversación, me contó que está viniendo a la argentina el mes que viene y que le gustaría que nos viésemos. Yo le dije que estaba todo bien, que estaría buenísimo reencontrarnos.
Así que ya saben, si me ven solo en un bar de Ramos, no se preocupen, estaré tomando una cerveza con Peter. Eso sí, háganme el favor de ver la velocidad con la que nos bajamos la cerveza.



4. Instrucciones para esperar el colectivo
Hay líneas de colectivos más copadas que otras. Por ejemplo, el 166, que va de Morón a Pacífico es uno de los peores. Lo odié por mucho tiempo y aún lo sigo odiando. Me lo tomaba todas las mañanas para ir al secundario. El 1, que va de Morón a Primera Junta viene seguido, pero no me gustan tanto los nuevos colores que tiene, perdió personalidad. Cuando era chico tenía una fascinación particular por los colectivos. Repasaba con la mente todos los números, diferenciando aquellas líneas en las que alguna vez había viajado de las que nunca había tomado. Además juntaba boletos no capicúas, me encantaban sus colores y diseños. Mi viejo no me dejaba coleccionarlos porque decía que los hacían de algodón reciclado de hospitales. Me acuerdo además de la primera vez que me tomé el colectivo 2, que va a la Aduana. Sus colores eran muy ochentosos, mostaza mezclado con bordó.
Siempre que tomo una línea de colectivo por primera vez, tacho mentalmente su número de la lista. Tengo como objetivo final de mi vida, haber viajado en todos los colectivos de Buenos Aires. Otra fantasía que tengo desde chico es descubrir empíricamente el lugar más lejano al que puedo llegar desde mi casa sólo haciendo combinaciones de colectivos. Obviamente que puedo caminar, pero sólo unas cuadras para poder tomar el siguiente. Uy, por fin! Ahí viene el colectivo.