Vocación
Considero que la vocación, junto con el sentido común, son dos de los mitos más influyentes y a las vez más negativos en nuestras vidas. Y aunque estimo que el denominado “sentido común” es más importante a la hora de justificar el status quo y fomentar los prejuicios más arraigados en nosotros, en esta oportunidad me ocuparé de la vocación. ¿Por qué? Porque se me ocurrió un cuento sobre la vocación y no sobre el sentido común. El del sentido común lo debo.
Año 1984 u 85´. Verano. En mi casa, de noche, sólo se oían los grillos a ritmos constantes y el rozar de las aspas del ventilador con el aire. Esta conjunción la recuerdo ahora como el mismísimo sonido del silencio.
En su habitación, nuestros padres dormían destapados, con el ventilador a la velocidad máxima y mi papá en calzones, porque el calor era sofocante. En la cocina, mientras tanto, mi prima, mi hermano y yo montábamos el primer laboratorio experimental de análisis de bichitos de Haedo. Suena despampanante esta denominación. Probablemente en otras casas del barrio, otros chicos estaban armando laboratorios parecidos. Pero permítanme que lo recuerde así.
Al principio nos interesaron los bichos bolita. Los tocábamos para que se contorsionaran y formaran una bolita. Después nos dimos cuenta de que cuando los soplábamos se quedaban quietos. Al poco tiempo ya no teníamos más nada que investigar de ellos y nos dedicamos a menesteres más importantes. Menos mal que a ninguno de nosotros se le ocurrió sacarles las patitas de a una para ver cuántas patas soportaban que les cortáramos. Éramos capaces de eso y de mucho más.
Con el afán de investigación que poseíamos como humanos, rápidamente empezamos a dedicar todos nuestros esfuerzos, todas nuestras noches, a dar solución a una simple y única cuestión. ¿Cómo carajo hacían los bichitos de luz para iluminar? No habíamos escuchado ni de la luciferina ni de la luciferaza. No sabíamos lo que era un Amper, menos un Lux. Es más, recién empezábamos a ir al baño solos y a veces nos hacíamos encima antes de llegar al inodoro por falta de práctica.
Como cazadores furtivos salíamos a intervalos prefijados a recolectar nuestro material de análisis. Esperábamos a que los bichitos de luz irradiasen con su máxima intensidad, para rápidamente agarrar con nuestras manos la mayor cantidad de ellos. Los metíamos en una latita con una tela en la parte superior, para que pudieran respirar y no se murieran.
Mi prima Deby, por ser la más grande, era la líder del laboratorio. Nosotros le hacíamos caso y le sugeríamos alternativas de disección para poder obtener la fuente de la luz. Nuestros únicos instrumentos eran cuchillos y tenedores de cocina y agua. Mucha agua.
Habremos diseccionado más de cien bichitos de luz ese verano. Evidentemente no logramos obtener la tan preciada substancia, sino mi hermano tendría una lucecita en la punta de la nariz. En vez de eso, ese verano nos divertimos mucho investigando, pensando, jugando. Aún lo recordamos como un gran verano.
Después, con el tiempo, un día los padres lo ven al hijo mezclando substancias en el patio de la casa. Lo imaginan médico, ingeniero. Con el tiempo, le inculcan su vocación, y desde ese momento el joven deja de buscar la fuente de la luz de los bichitos porque tiene ganas, ahora lo hace porque todas sus cualidades nacieron para buscar la luciferina y la luciferaza. Nada más.
Año 1984 u 85´. Verano. En mi casa, de noche, sólo se oían los grillos a ritmos constantes y el rozar de las aspas del ventilador con el aire. Esta conjunción la recuerdo ahora como el mismísimo sonido del silencio.
En su habitación, nuestros padres dormían destapados, con el ventilador a la velocidad máxima y mi papá en calzones, porque el calor era sofocante. En la cocina, mientras tanto, mi prima, mi hermano y yo montábamos el primer laboratorio experimental de análisis de bichitos de Haedo. Suena despampanante esta denominación. Probablemente en otras casas del barrio, otros chicos estaban armando laboratorios parecidos. Pero permítanme que lo recuerde así.
Al principio nos interesaron los bichos bolita. Los tocábamos para que se contorsionaran y formaran una bolita. Después nos dimos cuenta de que cuando los soplábamos se quedaban quietos. Al poco tiempo ya no teníamos más nada que investigar de ellos y nos dedicamos a menesteres más importantes. Menos mal que a ninguno de nosotros se le ocurrió sacarles las patitas de a una para ver cuántas patas soportaban que les cortáramos. Éramos capaces de eso y de mucho más.
Con el afán de investigación que poseíamos como humanos, rápidamente empezamos a dedicar todos nuestros esfuerzos, todas nuestras noches, a dar solución a una simple y única cuestión. ¿Cómo carajo hacían los bichitos de luz para iluminar? No habíamos escuchado ni de la luciferina ni de la luciferaza. No sabíamos lo que era un Amper, menos un Lux. Es más, recién empezábamos a ir al baño solos y a veces nos hacíamos encima antes de llegar al inodoro por falta de práctica.
Como cazadores furtivos salíamos a intervalos prefijados a recolectar nuestro material de análisis. Esperábamos a que los bichitos de luz irradiasen con su máxima intensidad, para rápidamente agarrar con nuestras manos la mayor cantidad de ellos. Los metíamos en una latita con una tela en la parte superior, para que pudieran respirar y no se murieran.
Mi prima Deby, por ser la más grande, era la líder del laboratorio. Nosotros le hacíamos caso y le sugeríamos alternativas de disección para poder obtener la fuente de la luz. Nuestros únicos instrumentos eran cuchillos y tenedores de cocina y agua. Mucha agua.
Habremos diseccionado más de cien bichitos de luz ese verano. Evidentemente no logramos obtener la tan preciada substancia, sino mi hermano tendría una lucecita en la punta de la nariz. En vez de eso, ese verano nos divertimos mucho investigando, pensando, jugando. Aún lo recordamos como un gran verano.
Después, con el tiempo, un día los padres lo ven al hijo mezclando substancias en el patio de la casa. Lo imaginan médico, ingeniero. Con el tiempo, le inculcan su vocación, y desde ese momento el joven deja de buscar la fuente de la luz de los bichitos porque tiene ganas, ahora lo hace porque todas sus cualidades nacieron para buscar la luciferina y la luciferaza. Nada más.


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