Cuentos extra cortos
1. Historias desde la ciudad, historias desde el mar
Al principio no entendimos nada. Veíamos pasar camiones por la mañana, depositar materiales cerca de la estación y retirarse vacíos por las noches. Supimos rápidamente que era una construcción, y por el tamaño de las palas mecánicas que trabajaban en el lugar, imaginamos sus dimensiones, y eran enormes.
Con el tiempo, algunos vecinos pudieron acercarse y así empezaron a surgir los rumores, podía ser tanto un parque, un shopping gigante o una mansión.
A los pocos meses empezaron a llegar camiones repletos de arena, containeres trayendo caracoles y tambores llenos de sal. Una mañana, mientras nos vestíamos para ir al colegio, llegaron peceras gigantes con peces de todos los colores y esa misma tarde, aparecieron unas especies de turbinas con palas gigantes.
Cuando en la tele hicieron un informe sobre el lavado de dinero y las construcciones, a nosotros no nos importó nada, porque ¡El mar había llegado a Haedo!
Al principio no entendimos nada. Veíamos pasar camiones por la mañana, depositar materiales cerca de la estación y retirarse vacíos por las noches. Supimos rápidamente que era una construcción, y por el tamaño de las palas mecánicas que trabajaban en el lugar, imaginamos sus dimensiones, y eran enormes.
Con el tiempo, algunos vecinos pudieron acercarse y así empezaron a surgir los rumores, podía ser tanto un parque, un shopping gigante o una mansión.
A los pocos meses empezaron a llegar camiones repletos de arena, containeres trayendo caracoles y tambores llenos de sal. Una mañana, mientras nos vestíamos para ir al colegio, llegaron peceras gigantes con peces de todos los colores y esa misma tarde, aparecieron unas especies de turbinas con palas gigantes.
Cuando en la tele hicieron un informe sobre el lavado de dinero y las construcciones, a nosotros no nos importó nada, porque ¡El mar había llegado a Haedo!
2. Un secreto
El verano pasado, cuando viajé a San Marcos Sierras, me enteré de un secreto que no muchos saben. Me parece que Deby, René y Anita ya lo sabían, pero cuando les pregunté se hicieron los que no tenían ni idea de lo que les estaba hablando.
Una tarde, salimos de la casa de René y Deby para el centro, pero al final compramos un paquete de galletitas y nos fuimos a lo de Leo, que vive bastante alejado del pueblo. Dejamos el auto en la calle y subimos el monte. Ahí, detrás de un grupo de árboles, en la cima de un pequeño monte solitario, vimos su casa. Era chiquita, porque su mundo no era muy grande. Vimos sus perros, que eran como corderos, vimos sus plantas y algunos arbustos, que parecían baobabs.
Y allí fue que descubrí el secreto. Leo es El Principito y vive en San Marcos Sierras.
El verano pasado, cuando viajé a San Marcos Sierras, me enteré de un secreto que no muchos saben. Me parece que Deby, René y Anita ya lo sabían, pero cuando les pregunté se hicieron los que no tenían ni idea de lo que les estaba hablando.
Una tarde, salimos de la casa de René y Deby para el centro, pero al final compramos un paquete de galletitas y nos fuimos a lo de Leo, que vive bastante alejado del pueblo. Dejamos el auto en la calle y subimos el monte. Ahí, detrás de un grupo de árboles, en la cima de un pequeño monte solitario, vimos su casa. Era chiquita, porque su mundo no era muy grande. Vimos sus perros, que eran como corderos, vimos sus plantas y algunos arbustos, que parecían baobabs.
Y allí fue que descubrí el secreto. Leo es El Principito y vive en San Marcos Sierras.
3. Cruzada anti-tute
Cada vez que nos juntamos con los chicos a hacer la previa los fines de semana, después de una breve charla sobre nuestras vidas y de cómo nos fue en la semana, terminamos jugando indefectiblemente al tute. Yo desde hace mucho tiempo soy intransigente y no participo del juego bajo ningún concepto.
Podría esbozar muchas teorías de diván sobre la razón de tan drástica decisión. Podría decir que durante toda la semana estoy detrás de una computadora, que la angustia me carcome y que la soledad invade a todos los seres en esta oficina. Podría inferir que el esperar con ansias las reuniones con amigos es en parte para alejarme de semejante introversión. Y cuando llega el fin de semana, otra vez encerrado, esta vez detrás de las cartas. La angustia me carcome.
Podría decir que el tute es el opio de los pueblos y que los chicos se pueden ir un poquitito a la mierda. Pero no, no es eso, la verdad es que no me gusta el juego.
Cada vez que nos juntamos con los chicos a hacer la previa los fines de semana, después de una breve charla sobre nuestras vidas y de cómo nos fue en la semana, terminamos jugando indefectiblemente al tute. Yo desde hace mucho tiempo soy intransigente y no participo del juego bajo ningún concepto.
Podría esbozar muchas teorías de diván sobre la razón de tan drástica decisión. Podría decir que durante toda la semana estoy detrás de una computadora, que la angustia me carcome y que la soledad invade a todos los seres en esta oficina. Podría inferir que el esperar con ansias las reuniones con amigos es en parte para alejarme de semejante introversión. Y cuando llega el fin de semana, otra vez encerrado, esta vez detrás de las cartas. La angustia me carcome.
Podría decir que el tute es el opio de los pueblos y que los chicos se pueden ir un poquitito a la mierda. Pero no, no es eso, la verdad es que no me gusta el juego.
4. Niño Paja
En mi barrio, en la puerta de una casa sobre la calle Fasola, hay un muñeco muy simpático. Tiene una cabeza con pelos, tiene por ojos unos botones y por pies una maceta. Yo lo hubiese llamado Cabeza de coco, pero cuando lo conocí ya tenía nombre. Y una historia.
Cuenta la leyenda que este muñeco, tan adorable y estático, se vale de las chicas más lindas que pasan por el barrio. Al ver a una de ellas, flexiona sigilosamente sus manos y se acaricia el bicho.
Natalia y Nahir me hicieron percatar de su presencia. Una tarde que vinieron a casa, fueron víctimas de su frenesí.
Yo cada vez que paso lo vigilo, esperando a que una chica linda camine cerca. Un poco para verlo en acción y otro poco para ver a la chica. Pero no, él se mantiene inmutable.
Esta es la historia del Niño Paja, un muñeco como cualquier otro, pero con una irrefrenable tendencia al onanismo exhibicionista.
En mi barrio, en la puerta de una casa sobre la calle Fasola, hay un muñeco muy simpático. Tiene una cabeza con pelos, tiene por ojos unos botones y por pies una maceta. Yo lo hubiese llamado Cabeza de coco, pero cuando lo conocí ya tenía nombre. Y una historia.
Cuenta la leyenda que este muñeco, tan adorable y estático, se vale de las chicas más lindas que pasan por el barrio. Al ver a una de ellas, flexiona sigilosamente sus manos y se acaricia el bicho.
Natalia y Nahir me hicieron percatar de su presencia. Una tarde que vinieron a casa, fueron víctimas de su frenesí.
Yo cada vez que paso lo vigilo, esperando a que una chica linda camine cerca. Un poco para verlo en acción y otro poco para ver a la chica. Pero no, él se mantiene inmutable.
Esta es la historia del Niño Paja, un muñeco como cualquier otro, pero con una irrefrenable tendencia al onanismo exhibicionista.
5. Río Quilpo, te quiero igual
El sol asoma por detrás de las montañas y ya a esta altura la temperatura debe superar los treinta grados. Yo estoy dentro de la carpa, me levanto y me acerco a la orilla del río. Estoy cansado, un poco deprimido y con muchas ganas de volverme a mi casa. El único problema es que estoy a seis quilómetros a pie del pueblo, y a su vez, a ochocientos quilómetros de Buenos Aires.
Intempestivamente decido emprender el viaje. Me saco la remera y la pongo en mi cabeza. El sol golpea fuertemente sobre mis hombros, son las once de la mañana. Agarro la mochila y la ajusto fuertemente a mi cuerpo.
Recuerdo que para llegar hasta esta margen del río tuvimos que atravesar la ladera del monte, y que fue difícil pasar por sobre las rocas. Camino por el sendero alejándome del río hasta un punto que me permite ver la perspectiva del monte que debo atravesar para llegar al camino. Me parece evidente que es mejor subir el monte siguiendo el sendero y luego descender por su parte posterior, a repetir la travesía elegida para arribar a la margen del río.
El calor es sofocante pero las ganas de volver son más fuertes, por lo que, siguiendo el sendero, camino por el monte esquivando las ramas puntiagudas de los arbustos. Aunque me contorsiono, me es difícil evitar los rasguños de las ramas sobre la piel. En poco tiempo tengo incontables marcas sobre el cuerpo, algunas de las cuales sangran.
No pasa mucho tiempo para que me de cuenta de que lo que yo concebía como senderos hechos por el hombre, son los claros naturales que producen las rocas sobre la tierra. Además no puedo memorizar el trayecto seguido, evidentemente estoy perdido. Me desespero, pero por simple instinto. Estoy en el medio del monte, solo, sin agua y perdido. Parado, sin ninguna protección del sol, exhausto, algo llama mi atención. Será porque el sol está en el cenit o porque finalmente ya no siento nada, pero ya no veo mi sombra.
El sol asoma por detrás de las montañas y ya a esta altura la temperatura debe superar los treinta grados. Yo estoy dentro de la carpa, me levanto y me acerco a la orilla del río. Estoy cansado, un poco deprimido y con muchas ganas de volverme a mi casa. El único problema es que estoy a seis quilómetros a pie del pueblo, y a su vez, a ochocientos quilómetros de Buenos Aires.
Intempestivamente decido emprender el viaje. Me saco la remera y la pongo en mi cabeza. El sol golpea fuertemente sobre mis hombros, son las once de la mañana. Agarro la mochila y la ajusto fuertemente a mi cuerpo.
Recuerdo que para llegar hasta esta margen del río tuvimos que atravesar la ladera del monte, y que fue difícil pasar por sobre las rocas. Camino por el sendero alejándome del río hasta un punto que me permite ver la perspectiva del monte que debo atravesar para llegar al camino. Me parece evidente que es mejor subir el monte siguiendo el sendero y luego descender por su parte posterior, a repetir la travesía elegida para arribar a la margen del río.
El calor es sofocante pero las ganas de volver son más fuertes, por lo que, siguiendo el sendero, camino por el monte esquivando las ramas puntiagudas de los arbustos. Aunque me contorsiono, me es difícil evitar los rasguños de las ramas sobre la piel. En poco tiempo tengo incontables marcas sobre el cuerpo, algunas de las cuales sangran.
No pasa mucho tiempo para que me de cuenta de que lo que yo concebía como senderos hechos por el hombre, son los claros naturales que producen las rocas sobre la tierra. Además no puedo memorizar el trayecto seguido, evidentemente estoy perdido. Me desespero, pero por simple instinto. Estoy en el medio del monte, solo, sin agua y perdido. Parado, sin ninguna protección del sol, exhausto, algo llama mi atención. Será porque el sol está en el cenit o porque finalmente ya no siento nada, pero ya no veo mi sombra.


<< Home