lunes, septiembre 08, 2008

Excursiones

Existe una costumbre judía que consiste en dejar una piedra pequeña sobe las lápidas, toda vez que uno visita a sus seres queridos en los cementerios. La tradición le parecía encantadora y, al igual que los Seder de Pesaj, era una costumbre que Lucas respetaba mucho. No le parecía interesante una religión con un día del perdón al año y, a pesar de su corta edad, detestaba que en la sinagoga la gente que pagaba más se sentara más adelante. Pero el hecho de hacer una ofrenda tan simple, tan cargada de vida pero a la vez por intermedio de un objeto inanimado, le resultaba inigualable. Por supuesto, odiaba que algún familiar llevase flores a los muertos. ¿Cómo podían ser tan cínicos como para llevar un ser en incipiente estado de descomposición a un muerto?
Esporádicamente iba al cementerio de la Tablada con sus padres o con sus tíos, y como muchas otras situaciones retorcidas de su vida de niño judío, era una de las excursiones más añoradas: levantarse temprano los domingos a la mañana, mojarse la cabellera con suficiente agua como para achatar sus rulos y partir sin desayunar y casi sin abrir los ojos hacia el cementerio. A eso de las once de la mañana ¡Tenía un hambre! Y se repetía con tanta rigurosidad que ya era una parte pintoresca de la travesía.
Una vez adentrado en el lugar, y a pesar de su corta estatura, le gustaba ponerse en puntas de pie y divisar el horizonte. Le impactaba darse cuenta de que no veía más que lápidas y que respetaran tramas tan regulares. En realidad no le llamaba tanto la atención esto último, era sólo para confirmar lo que siempre había pensado, el orden era de los muertos, la vida es el desorden.
Cuando alguno de sus padres se detenía para orientarse y decidir por qué camino proseguir, Lucas aprovechaba para levantar algunas piedras del camino, no sea cosa que la tumba de algún familiar lo agarrase desprevenido. En cada lápida en la que se detenían, aunque Lucas no conociese ni haya oído jamás el nombre de ese antepasado, dejaba una piedrita. Se inclinaba lentamente, y con el respeto y la solemnidad que él creía que la situación ameritaba, apoyaba una piedra.
Cierto domingo tuvo la suerte de que sus padres decidieran ir al cementerio. Pocos minutos después de haber comenzado el recorrido, se detuvieron frente a la tumba de un hombre que por la foto parecía horrendo. Tenía cara de viejo y los viejos carecen de cualquier manifestación de belleza, aunque sea la más mínima. Lucas no tenía ganas de dejarle ninguna piedra. Se alejó lentamente haciéndose el distraído y se topó con la tumba de otro señor. Estaba muy descuidada y le pareció que hacía mucho que ningún pariente lo visitaba. Levantó la cabeza, miró la foto en la lápida y le pareció reconocer a un tipo simpático. Por eso alargó su brazo y le dejó una piedrita.