lunes, agosto 25, 2008

Cuentos extra cortos

1. Historias desde la ciudad, historias desde el mar
Al principio no entendimos nada. Veíamos pasar camiones por la mañana, depositar materiales cerca de la estación y retirarse vacíos por las noches. Supimos rápidamente que era una construcción, y por el tamaño de las palas mecánicas que trabajaban en el lugar, imaginamos sus dimensiones, y eran enormes.
Con el tiempo, algunos vecinos pudieron acercarse y así empezaron a surgir los rumores, podía ser tanto un parque, un shopping gigante o una mansión.
A los pocos meses empezaron a llegar camiones repletos de arena, containeres trayendo caracoles y tambores llenos de sal. Una mañana, mientras nos vestíamos para ir al colegio, llegaron peceras gigantes con peces de todos los colores y esa misma tarde, aparecieron unas especies de turbinas con palas gigantes.
Cuando en la tele hicieron un informe sobre el lavado de dinero y las construcciones, a nosotros no nos importó nada, porque ¡El mar había llegado a Haedo!


2. Un secreto
El verano pasado, cuando viajé a San Marcos Sierras, me enteré de un secreto que no muchos saben. Me parece que Deby, René y Anita ya lo sabían, pero cuando les pregunté se hicieron los que no tenían ni idea de lo que les estaba hablando.
Una tarde, salimos de la casa de René y Deby para el centro, pero al final compramos un paquete de galletitas y nos fuimos a lo de Leo, que vive bastante alejado del pueblo. Dejamos el auto en la calle y subimos el monte. Ahí, detrás de un grupo de árboles, en la cima de un pequeño monte solitario, vimos su casa. Era chiquita, porque su mundo no era muy grande. Vimos sus perros, que eran como corderos, vimos sus plantas y algunos arbustos, que parecían baobabs.
Y allí fue que descubrí el secreto. Leo es El Principito y vive en San Marcos Sierras.


3. Cruzada anti-tute
Cada vez que nos juntamos con los chicos a hacer la previa los fines de semana, después de una breve charla sobre nuestras vidas y de cómo nos fue en la semana, terminamos jugando indefectiblemente al tute. Yo desde hace mucho tiempo soy intransigente y no participo del juego bajo ningún concepto.
Podría esbozar muchas teorías de diván sobre la razón de tan drástica decisión. Podría decir que durante toda la semana estoy detrás de una computadora, que la angustia me carcome y que la soledad invade a todos los seres en esta oficina. Podría inferir que el esperar con ansias las reuniones con amigos es en parte para alejarme de semejante introversión. Y cuando llega el fin de semana, otra vez encerrado, esta vez detrás de las cartas. La angustia me carcome.
Podría decir que el tute es el opio de los pueblos y que los chicos se pueden ir un poquitito a la mierda. Pero no, no es eso, la verdad es que no me gusta el juego.


4. Niño Paja
En mi barrio, en la puerta de una casa sobre la calle Fasola, hay un muñeco muy simpático. Tiene una cabeza con pelos, tiene por ojos unos botones y por pies una maceta. Yo lo hubiese llamado Cabeza de coco, pero cuando lo conocí ya tenía nombre. Y una historia.
Cuenta la leyenda que este muñeco, tan adorable y estático, se vale de las chicas más lindas que pasan por el barrio. Al ver a una de ellas, flexiona sigilosamente sus manos y se acaricia el bicho.
Natalia y Nahir me hicieron percatar de su presencia. Una tarde que vinieron a casa, fueron víctimas de su frenesí.
Yo cada vez que paso lo vigilo, esperando a que una chica linda camine cerca. Un poco para verlo en acción y otro poco para ver a la chica. Pero no, él se mantiene inmutable.
Esta es la historia del Niño Paja, un muñeco como cualquier otro, pero con una irrefrenable tendencia al onanismo exhibicionista.


5. Río Quilpo, te quiero igual
El sol asoma por detrás de las montañas y ya a esta altura la temperatura debe superar los treinta grados. Yo estoy dentro de la carpa, me levanto y me acerco a la orilla del río. Estoy cansado, un poco deprimido y con muchas ganas de volverme a mi casa. El único problema es que estoy a seis quilómetros a pie del pueblo, y a su vez, a ochocientos quilómetros de Buenos Aires.
Intempestivamente decido emprender el viaje. Me saco la remera y la pongo en mi cabeza. El sol golpea fuertemente sobre mis hombros, son las once de la mañana. Agarro la mochila y la ajusto fuertemente a mi cuerpo.
Recuerdo que para llegar hasta esta margen del río tuvimos que atravesar la ladera del monte, y que fue difícil pasar por sobre las rocas. Camino por el sendero alejándome del río hasta un punto que me permite ver la perspectiva del monte que debo atravesar para llegar al camino. Me parece evidente que es mejor subir el monte siguiendo el sendero y luego descender por su parte posterior, a repetir la travesía elegida para arribar a la margen del río.
El calor es sofocante pero las ganas de volver son más fuertes, por lo que, siguiendo el sendero, camino por el monte esquivando las ramas puntiagudas de los arbustos. Aunque me contorsiono, me es difícil evitar los rasguños de las ramas sobre la piel. En poco tiempo tengo incontables marcas sobre el cuerpo, algunas de las cuales sangran.
No pasa mucho tiempo para que me de cuenta de que lo que yo concebía como senderos hechos por el hombre, son los claros naturales que producen las rocas sobre la tierra. Además no puedo memorizar el trayecto seguido, evidentemente estoy perdido. Me desespero, pero por simple instinto. Estoy en el medio del monte, solo, sin agua y perdido. Parado, sin ninguna protección del sol, exhausto, algo llama mi atención. Será porque el sol está en el cenit o porque finalmente ya no siento nada, pero ya no veo mi sombra.

sábado, agosto 16, 2008

Manifiesto sobre cómo morir decentemente

A modo de introito, y con el afán de iniciar al nuevo lector en el arte del decente morir, es imprescindible partir del concepto básico en el cual se cimienta el presente desarrollo, a saber: todos nos vamos a morir. Como corolario de la certeza anterior, y destacando la importancia del siguiente argumento, existen infinitas circunstancias en las que un ser humano, un ser vivo en general, se puede encontrar cuando enfrenta el final de sus días en este mundo. Un hombre mayor puede morir atropellado por un colectivo de la línea 166 mientras se distrae mirando a una joven con pechos exuberantes. Un joven puede fenecer en un accidente de tránsito, cuando un colectivo de la línea 57 no frena en la esquina de Santa Fe y Juan B. Justo porque el colectivero se distrae viendo a la misma joven. Otro hombre puede morir porque se asfixia al aspirar su propio vómito y otro porque su cerebro no quiso más.
De las infinitas combinaciones de circunstancias que pueden llevar a un ser humano a finalizar su vida, la que más admiro, la más elegante y la que nos ocupa en el siguiente manifiesto es el suicidio.
Existen diversas razones por las cuales el argumento expuesto es inexpugnable. No siendo el objetivo del presente el convencimiento del lector sobre lo placentero de cualquier homicidio en el que uno es la víctima, sino un resumen de las ventajas que esta práctica da sobre la decencia al morir:
1- Despojándose de cualquier hecho fortuito u azaroso, la decisión recae pura y exclusivamente sobre el portador de la vida. Un argumento irrevocable, que devuelve al ser humano la posibilidad de elección. Siendo el nacimiento un hecho sobre el que el portador de la vida no tiene injerencia, el fin del martirio puede suscitarse bajo los acontecimientos que el hombre libre decida. Por eso, no dejemos que hechos fortuitos o acciones ajenas decidan por nosotros.
2- Lo anteriormente expuesto determina que el hombre libre es inmortal hasta que decida morir. El presente Manifiesto no está en contra de la Vida, sino todo lo contrario. El hecho de decidir lo que de todas formas ocurrirá le otorga al ser humano beneficios como los anteriores, es decir, la Inmortalidad.
3- El hombre libre que muere decentemente decide el escenario en el que finalizará su estadía en el mundo. El hombre introvertido puede elegir la bañera de su casa, con un baño de sales, la mujer que gusta de la buena comida puede terminar sus días envenenada y el joven que siempre quiso volar puede dejarse caer desde las alturas. Del hecho de elegir el escenario de la muerte se desprenden dos ventajas aparentes. Por un lado el goce de la situación imaginada. Por otro, el evitar contextos desagradables y vulgares, como la sala de un hospital y la cocina de nuestra casa.
4- El momento cronológico de la muerte incide de manera determinante sobre la decencia del susodicho, comparemos sino las vidas (no necesariamente el talento) de Kurt Cobain y Charly García. ¿Qué hubiese sido de la decencia del segundo si hubiese tenido la gratitud de quitarse la vida hace veinte años?
5- A modo de refuerzo de las ideas anteriores, supongamos una muerte por la mordedura de un Bulldog, terminar nuestros días porque nuestras arterias se encuentran totalmente rellenas de triglicéridos o acabar en un hospital sin reconocer a nuestros seres queridos. Eso es barbarie, eso es indecencia.

Por eso, y en apoyo a este Manifiesto, he decidido que mañana voy a morir.

lunes, agosto 11, 2008

Pequeños placeres o 50 razones por las que vale la pena estar vivo

* Pisar hojas secas: el placer máximo es seguir un camino sólo pisando sobre hojas secas. Confieso que lo hago muchas veces.
* Morder una goma de borrar.
* Imaginarse mordiendo porcelana fría.
* Una más sofisticada: Meter los pies en el mar cerca de la orilla. Cuando la ola se retira, el agua succiona la arena bajo el borde del pie.
* Ponerse plasticola en los dedos, dejar que se endurezca y armar bolitas.
* Estornudar.
* Poner la yema del dedo sobre la superficie de un líquido, venciendo la tensión superficial.
* Un clásico: explotar las burbujas del film de burbujitas que viene en algunos embalajes.
* Dormir hasta no tener más sueño, o levantarse sólo cuando el cuerpo ya no resiste estar acostado.
* El olor de un aserradero.
* Un beso de lengua con una chica muy linda.
* Que una chica linda me relojee.
* Nadar en un pelotero.
* Preparar a alguien para un examen y que apruebe.
* Aprobar un final: todo el proceso previo a recibir la nota es especial. Entrar a la facultad, subir por la escalera esperando el momento de ver la cartelera, seguir con la vista la lista de nombres, no encontrarse en una primera oportunidad, encontrarse, seguir con los ojos en forma recta hasta toparse con la nota, no encontrar un patito…
* Una charla reveladora con un amigo.
* Reirme hasta que me falte la respiración.
* El viaje de ida de vacaciones.
* Hacer una lista de cosas.
* Tener un secreto con otra persona.
* Soñar
* Repetir postre
* Estar de vacaciones
* Recibir un regalo: cuando uno es chico jamás el regalo puede ser ropa. Cuando uno es grande el regalo jamás puede ser un juguete.
* Comprarse un CD original, romper el celofán, ojear el booklet.
* Encontrar un CD muy bueno olvidado en la discografía de un amigo. Hacerse el boludo y pedírselo, y que el amigo ingenuo lo regale. Me ha pasado. Por eso tengo Nevermind de Nirvana.
* Mirar el sol y quedar encandilado.
* Mirar la luz fijamente por un tiempo y después mirar para otro lado y parpadear.
* Estar solo en el medio del monte.
* Mirar la ciudad desde un piso muy alto.
* Faltar al laburo.
* Ir a comprar libros.
* Hablar fuerte en una biblioteca.
* Taparse con muchas frazadas en las noches de invierno.
* Que nieve en el patio de mi casa.
* Que llueva sobre una vereda y sobre la opuesta no.
* Morder un caramelo duro.
* Chupar un caramelo masticable.
* Tomar mate con amigos.
* Hundir el dedo en esos panes verdes sobre los que se ponen plantas y flores.
* Pasar el dedo por una torta de crema y chuparse el dedo.
* Ir en un auto a toda velocidad con las ventanillas abiertas.
* Releer “El Principito”
* Despertarse en el medio de la noche, mirar el reloj y darse cuenta de que falta mucho para despertarse.
* Comer grana
* Jugar con la arena en la playa
* Leer un libro acostado sobre las piedras en la orilla de un río. Si las piedras tienen justo la forma inversa al cuerpo mejor.
* Comer un paquete de pastillas entero, una pastilla atrás de la otra.
* Escuchar el mp3 mientras viajo en colectivo. Mirando por la ventana parece un clip, las cosas empiezan a aparecer respetando el ritmo de la música.
* Comer un alfajor Jorgito.


jueves, agosto 07, 2008

Cuando crezca, el truco será seguir respirando *

Salí de la cocina a toda velocidad con movimientos espásticos, en realidad con la carencia de coordinación de un nene. Atravesé el pasillo que daba al patio con zancadas desiguales y al llegar a su fin me detuve frente al quinoto. Agarré aún más fuerte la escoba con la mano derecha y me dispuse a entonar el estribillo de “Los cancheritos de la banda”, nombre del grupo del cual yo era fundador y único integrante.
La vestimenta que lucía era la de un típico rockero de siete años: zapatillitas Adidas o Topper truchas, medias probablemente blancas justo por debajo de los tobillos y un pantaloncito rojo descolorido. Toda la escena estaba decolorada por los años 80, porque no sólo las fotos guardadas de esa época tienen ese color apagado, sino que las cosas se veían realmente con esos matices. Completando la indumentaria, y para convertirme en un rockero hecho y derecho, una vincha en la cabeza, una paleta de playa por guitarra y una escoba como micrófono.
El sol bajaba lentamente y yo seguía con mi performance. Rasgueos acelerados seguidos por punteos de prestidigitador, cuatro saltos a la derecha, vaivén de la cabeza como diciendo que sí pero un sí con confianza y meneos repetidos de la pelvis. Finalmete todo esto me condujo a encontrarme en el centro del jardín.
¿Sabría que esa misma noche mi papá me iba a pegar? ¿Que nunca me iba a animar a hablarle a la chica que me gustaba? ¿Intuía de alguna manera misteriosa que algún día me iba a sentir tan solo que me iba a largar a llorar? No, seguramente no, y por eso es que creo que si en ese momento quería y me lo proponía, podía ponerme a volar.
Tras de mi, el preludio del momento más vibrante. Y ahora sí, de rodillas en el piso, me dispuse a tocar el solo final. Tomé coraje y me adentré en esa supresión del espacio-tiempo en el que uno se interna cuando está concentrado en algo que le gusta hacer (también pasa a veces cuando uno se da un buen golpe o consume ciertos estupefacientes).
Con los labios apretados y los ojos nublados por la intensidad del sol, un reflejo se interpuso en la escena. Eran dos ojos…los de mi vecino…los de mi vecino Don Mario. Y una frase lapidaria: -Pibe ¿Qué hacés? – Cabizbajo, con los hombros caídos y la paleta rozando el pasto, comprendí todo. Así se terminaron mis sueños de ser un rockstar.

* When I Grow Up fue el cuarto single del disco
de Garbage Versión 2.0, que fue lanzado simultáneamente con el single de The Trick Is to Keep Breathing para publicitar la gira europea de la banda.