jueves, febrero 05, 2009

Infinito punto rojo

Esta escena puede desarrollarse en una plaza del conurbano un domingo de febrero a eso de las siete de la tarde. Puede ser también una discusión entre hermanos antes de una siesta al terminar el almuerzo. Pero ésta en particular, este debate sobre el coraje y un poco también sobre la exageración y la incredulidad, acontece en un arenero. Un arenero de escuela de esos que están repletos de piojos y en los que los gatos hacen caca y después pacientemente la entierran.
- Mi papá corre más rápido que un auto – increpa el primero, que íntimamente sabe que está exagerando, pero si el segundo agarra viaje, sigue la discusión y hasta un poco se lo cree.
- Mmmm, ¡Qué hambre! ¿Cómo va a correr tan rápido como un auto? – murmura el segundo. Pero el primero no le presta atención. Le da a entender con los gestos de la cara y con el agitar de los brazos, que si no sube la apuesta se van a tener que seguir aburriendo todo el recreo.
- Mi papá tiene unas zapatillas Nike que cuando se las pone corre mucho más rápido que un avión – el segundo entiende el mensaje y gritando tapa lo que anteriormente había susurrado. Además no le gustó nada que lo trataran como a un maricón que no aceptaba un desafío.
- Y el mío corre a un millón de kilómetros por hora –
- Y el mío a cien mil millones de kilómetros por un millón de kilómetros por hora –
- Ah sí, y el mío corre a infinito –
- Y el mío corre a infinito, infinito muy infinito –
- ¡Ja! El mío corre a infinito punto rojo –
Y ahí si, la discusión llega a su fin. No hay más que decir. No hay algo más grande que infinito punto rojo.
Todo el mundo sabía que después del infinito venía el infinito punto rojo. Pero es curioso, el infinito no es un número, es un concepto. Y además es un concepto que de por sí implica que no hay nada más allá, que algo no tiene fin. El infinito invalida la posibilidad de que haya un infinito más infinito, valga la redundancia. El infinito punto rojo es entonces un invento.
Pero cómo puede ser que miles de niños exageráramos impunemente apelando al concepto de infinito punto rojo. Ya era un error usar al infinito como un número, con módulo, pero llegar al punto de añadirle un puntito rojo para convertirlo en algo más que lo más, es muy curioso. ¿Cómo se creó el mito? ¿Por qué se propagó por la juventud con complejos de inferioridad?
Recuerdo que cuando tenía más o menos ocho años, después de haber hecho uso y abuso del infinito punto rojo, me agarró la duda y se me ocurrió preguntarle a mi viejo. Y él, o no me prestó atención o yo no me acuerdo bien o me batió cualquiera, pero recuerdo que me confirmó su existencia. Me dijo que sí, que existe un infinito particular cuando el infinito es muy grande. Crecí con ese error conceptual, y después cursé el secundario y después fui a la facultad y jamás oí hablar del tema desde la academia.
¿Y el infinito? El infinito por supuesto que existe. Es un concepto lógico. Y la matemática lo toma de ahí y lo usa con sumo cuidado; siempre teniendo presente que es una concepción dentro de lo imaginario, nunca plausible. Y la física lo toma de la matemática, que a su vez lo toma de la lógica; y lo utiliza, siempre en el plano de las conjeturas. Como decía anteriormente, para la ciencia no hace falta el concepto de infinito punto rojo, porque algo más grande que muy grande sigue siendo infinito. Con el infinito basta. Conclusión: es incorrecto el concepto de infinito punto rojo. Corolario: no hay que creerle nada a los padres. Jamás.
Eso sí, cuando uno quiere mucho a alguien; cundo no lo ve y siente ese vacío y se lo extraña, ahí el infinito no alcanza. Y ahí se extraña hasta infinito punto rojo.

lunes, febrero 02, 2009

Escuela de campeones

Navarro Montoya, Mac Allister, Simón, Giuntini y Soñora. Tapia, Giunta, Cabañas. Márcico, Manteca Martinez y el Betito Carranza. Y aunque Carranza no haya jugado todos los partidos del apertura ´92, yo al equipo me lo acuerdo así, o me lo quiero acordar así. No eran grandes jugadores. Excepto quizá el uruguayo Martinez, los demás eran del montón, pero valía la pena pasarse las tardes de domingo escuchando la radio y durmiendo la siesta también. Me acuerdo de sus jugadores, de casi todas las fechas de ese campeonato y hasta de varios de sus suplentes. Me acuerdo del partido contra River, en el que el Mono atajó un penal y Boca ganó, no puedo recordar con gol de quién, pero me parece que del Manteca Martinez. Ese torneo, Boca perdió sólo dos veces, una con el Independiente de Islas y otra contra Deportivo Español. Recuerdo la última fecha contra los tucumanos y que Boca le ganó a Central 3 a 0 bajo una lluvia torrencial.
Hay muy pocos equipos de los que recuerdo con tantos detalles sus campañas, que los haya disfrutado tanto que aún perduren en mi memoria. Uno de ellos es la selección de Basile que fue al mundial 94. Con Maradona, el Pájaro Canigia, Redondo y Batistuta. Una aplanadora. Obligatorio rever el partido contra Nigeria de la primera ronda. Otro de estos equipos, el Boca de Bianchi del 98´-99´, era demoledor. Metía un gol y cerraba la persiana del partido. Encima ganó todo. Un equipazo.
Pero sin lugar a dudas, el equipo que más disfruté en mi vida, del que más recuerdos lindos guardo, es el equipo de Ramat Shalom que fue al torneo Ben Gurión del año 1991. Acá hacen falta aclarar un par de cosas. Ramat Shalom fue mi escuela primaria y el Ben Gurión era un torneo intercolegial de escuelas judías. Una vez por año íbamos a Hacoaj, en el tigre, y durante todo el día jugábamos un torneo de fútbol. Al finalizar la jornada, se nombraba a los ganadores de cada una de las disciplinas y se entregaba un trofeo o una medalla a cada equipo ganador.
Ese equipo era mágico, ganamos el torneo de punta a punta y sin recibir ni un solo gol en contra. Metimos como cuatro goles por partido y la primera ronda la pasamos sin despeinarnos. Me acuerdo de que en octavos nos cruzamos con los religiosos y no hizo falta manotearles la kipá para sacarles la pelota (método infalible que se solía implementar contra estos equipos) porque igual no la veían ni cuadrada.
Los equipos eran de nueve jugadores, y el nuestro tenía además un suplente. En el arco estaba Bruno, un pibe de quinto, bastante alto y que atajaba como los dioses. Un día, no recuerdo bien si yo estaba jugando ese partido o lo veía desde atrás del alambrado, atajó un penal estirando los pies, porque le habían pateado la pelota al lado contrario al que él se había tirado. Exactamente de la misma forma había atajado un penal Benji en los Supercampeones, la diferencia es que Bruno lo había hecho de verdad y la pelota no había tardado media hora en llegar al arco. Además, se parecía mucho al arquero del Ñupi y usaba también una gorrita que le tapaba los ojos.
De tres jugaba Sergio Salon, no era ni bueno ni malo, de él no hay mucho para decir. Me lo volví a cruzar de más grande, porque sus padres eran amigos de los padres de Mariano, uno de mis mejores amigos. De marcador central jugaba Ulman, que era bastante rústico, pero de dos funcionaba bien. De él se generó un mito que doy fe que es real, porque lo vi con mis propios ojos la primera vez que nos cambiamos todos juntos para ir a la pileta. Y es lógico que se lo recuerde por eso y no por su calidad como defensor; y eso que en el área se hacía respetar. De seis alternaban uno de los mellizos Ross y un tal Varsky que era de quinto; eran bastante malos los dos. De cuatro jugaba yo, y así estaba conformada la defensa del equipo.
Lo más destacado era el ataque. Tenía una contundencia inigualable y todos eran muy buenos con los pies. De central jugaba Daniel Katan, que era muy habilidoso. Un tiempo después se fue a vivir a Israel y no lo volví a ver nunca más. Por izquierda jugaba Federico Schiber, un muy buen jugador. Por derecha Emiliano Feler, el mejor jugador de fútbol no profesional que vi en mi vida. Finalmente, el equipo lo completaba Ariel Abrameto, un pibe de quinto bastante rápido y un delantero letal.
La defensa del equipo no era diferente a la de otros, pero la delantera era muy superior. Por eso todos los partidos terminaron por goleada. Hasta la final. Lo que no me acuerdo bien es si dimos la vuelta olímpica, yo supongo que sí.
Hace poco fui a una reunión con los chicos del primario. Rememorando anécdotas, alguno recordó lo bien que jugaba ese equipo y el Ben Gurión que habíamos ganado ese año. Uno empezó a dictar la formación como si fuese un equipo de “Deportes en el recuerdo”. Alguno, no me acuerdo bien quién, osó recordar que yo había sido un muy buen cuatro y que en ese campeonato había jugado muy bien. Lo que no se acordaba, lo que ninguno guardaba en su memoria, es que ese equipo era tan bueno que yo no toqué una sola pelota en todo el torneo.